miércoles. 24.04.2024

España es un país de contrastes, un país que de norte a sur y de este a oeste esta lleno de diferencias de todo tipo, lingüísticas, geográficas, económicas, sociales, culturales.

Desde el bacalao al pil pil del País Vasco al pescaito frito andaluz, del lacón con grelos gallego al pan Tumaca catalán, pasando por el Jabugo extremeño o el cocido madrileño, todos son platos diferentes, característicos de la región donde se cocinan.

De los bosques de la cornisa cantábrica al volcanico paisaje del Parque Nacional del Timanfaya en Lanzarote, pasando por el desierto de Almería, las marismas del Guadalquivir o los montes nevados del pirineo aragonés.

De la industria vasca a los viñedos de Jerez y de los campos de Castilla a la huerta de Murcia, todo es contraste.

Todas estas diferencias entre los pueblos y regiones que conforman nuestro variopinto país son elementos que nos enriquecen a todos los niveles. Hacen que nuestra cultura, nuestro carácter, nuestra idiosincrasia sea la que es, envidiada por muchos y menospreciada por los que no nos conocen ni se han molestado en hacerlo.

Pero todas estas características geográficas, sociales y culturales que convierten al español en un ciudadano diferente al resto en lo bueno, chocan frontalmente con lo que sucede en otros ámbitos de la realidad que vivimos, y que en muchos casos padecemos, los ciudadanos españoles.

La política española ha conseguido desprestigiar lo que la naturaleza nos concedió como gracia casi divina.

Si por lo que he expuesto España, en muchos aspectos, podía considerarse un autentico paraíso, la política se ha encargado de convertirlo precisamente en lo contrario, en un infierno.

Es verdad que es muy difícil que esta diferencia de contrastes en lo bueno no se de también en lo malo.

La democracia española, aun siendo muy joven todavía, debería refundarse, debería cambiar todo aquello que, a estas alturas, ya sabemos que es malo y que además no funciona.

Como decía un sabio, “partiendo de la nada hemos alcanzado las mas altas cotas de la miseria”. Y mal que le pese a algún iluminado, esto es así de triste y de cruel.

Analizando someramente los últimos acontecimientos acaecidos en la política patria, nos damos cuenta que si lo que tenemos es malo o muy malo, lo que nos viene es casi peor.

Los partidos tradicionales han llevado a los ciudadanos a situaciones de una gravedad extrema, sin darse cuenta de que las políticas que han llevado a cabo solamente han conducido, no solo a un absoluto desprestigio de la, mal llamada, clase política, sino a una situación económica y social de confrontaciones continuas y al nacimiento de una nueva especie social, los indignados.

Si los contrastes de la naturaleza enriquecen a un país, los contrastes políticos lo empobrecen y dan lugar al surgimiento de políticos con mucha capacidad de diagnostico pero nula de tratamiento, dan lugar a actores de películas de ciencia ficción en las que el guión, si no es real se podría convertir en un éxito de pantalla, pero que si es real dejaría el prestigio de nuestro país muy por debajo del suelo.

Resulta triste pensar que con todo lo que ha avanzado el ciudadano en todos los ordenes de la vida, la clase política se haya quedado tan atrasada y al final solamente sea un refugio de inútiles, delincuentes en potencia y otros que solo buscan un trabajo fácil, con prebendas de todo tipo, un buen sueldo y ninguna responsabilidad. Quiero dejar claro que, como en todas las profesiones y esta lo es, buena gente la hay y mas que la mala.

¿Pero saben lo peor de todo? Que la gente decente y preparada de este país al final se queda en 33, sin saber a quien votar o si hay que votar. Cuando en unas elecciones los ciudadanos tenemos que buscar desesperadamente quien es el menos malo de los que se presentan, malo. Cuando en una elecciones el único horizonte que vemos muchos ciudadanos es el voto en blanco o el voto sofá, peor.

Esta reflexión no es apta para estómagos agradecidos, ni sumisos, ni acólitos irracionales, sino que esta hecha para todos aquellos a los que pensar no les suponga un profundo dolor de cabeza por el hecho de hacerlo.

La España de los contrastes
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