viernes. 29.03.2024

Cuando el 20 de Diciembre del año pasado los ciudadanos fuimos a votar, lo hicimos con el convencimiento de que, por fin, algo bueno iba a pasar.

No eran unas elecciones al uso, convencionales, eran unos comicios que, por las circunstancias que las rodeaban, deberían haber supuesto un cambio radical en la concepción que, de la vida pública, teníamos tanto los políticos como los ciudadanos.

Pero no. Como reza la Ley de Murphy, basta que algo no pueda suceder para que suceda.

La aparición en la escena política de Pablo y Albert, de Albert y Pablo, debía suponer algo más que dos caras nuevas, algo más que dos estilos diferentes que complementaran lo ya instalado en el panorama público español.

De dos partidos hegemónicos, de dos grupos políticos que han llevado a la clase política al nivel más bajo de cualidad y calidad en las instituciones públicas nacionales, hemos pasado a cuatro, con la diferencia que si ya los dos primeros se habían encargado durante décadas de amargar la vida a los ciudadanos, a partir del 20D habría dos actores más en este vodevil.

Muchos pensábamos que la fragmentación de los dos bloques, la derecha del PP y la izquierda del PSOE podría o debería suponer un cambio radical en el concepto que los españoles teníamos y tenemos de nuestra clase dirigente.

Pero no. Una vez más la Ley de Murphy se cumple. Los que pensaban que lo que había era malo y que lo nuevo mejoraría, se volvieron a equivocar.

El 26 de Junio volvemos a votar. Y volvemos a hacerlo seis meses después precisamente por lo que acabo de apuntar. Si lo que había antes de esas elecciones ya era malo, lo que se presento de nuevo no solo no mejoró lo que había sino que puso de manifiesto que esto de la política con mayúsculas es algo que no va con el carácter del español.

La gente seria de este país llamado España tiene un serio problema. Y es serio porque, analizando lo que se presenta otra vez, que para nuestra desgracia es lo mismo que se presento el 20D y que fracaso estrepitosamente, las opciones de encontrar algo bueno se reducen a encontrar al menos malo y eso es intrínsecamente malo.

Yo no me considero un experto analista político entre otras razones porque cuanto más analizo menos entiendo, pero cuando intento buscarle un sobre a mi voto me encuentro con dudas casi insalvables si no fuera porque al final intentare dar mi confianza al menos malo, al que, a mi juicio, menos daño pueda hacernos y eso, créanme, para mí es un problemón.

No quiero votar al PP, entre otras muchas razones, porque el hecho de que me tomen por idiota me saca de mis casillas. Me toman por idiota cuando pretenden que me crea que Mariano no sabía nada de nada. Me toman por idiota cuando intentaron convencerme de que lo de Bárcenas fue un despido en diferido. Me toman por idiota cuando mantienen a Rita como Senadora y no solo se contentan con eso, sino que la nombran miembro de la mesa del Senado, para más coña. Me toman por idiota cuando nadie de la cúpula de Génova sabía que el dinero de la reforma no era blanco. Me toman por idiota cuando me hablan de la cantidad de contratos que se han hecho en España en estos últimos cuatro años, como si yo no supiera que hay ciudadanos a los que en un mes les han hecho firmar quince contratos, de la misma empresa. No son quince nuevos empleos, es la misma persona contratada quince veces que no es lo mismo.

Y podría seguir con muchas tomaduras de pelo más, pero esto es un botón de lo idiota que se creen en Génova que soy.

No quiero votar al PSOE, porque además de que también piensan que soy idiota, su política en general no me convence y su falta de realidad ciudadana me resulta patológicamente preocupante. Pedro I el Breve ha llegado a la política patria con esa máxima de los fracasados que es “llegar y besar el Santo”. Cuando me presento, que no es mi caso, a una prueba deportiva como el IRONMAN, el primer año intentaré terminarla sin demasiados daños colaterales a mi organismo. Eso sería lo razonable en alguien con dos neuronas bien puestas. Poco a poco, el objetivo con los años será el de mejorar la marca sabiendo cuales son mis limitaciones.

Pero Pedro no. Pedro desde que le nombraron candidato circunstancial en su partido, se vio inquilino de la Moncloa sin más mérito ni más entrenamiento que un par de años a la sombra de Zapatero, su ilustre mentor, que dicho sea de paso y después de Patxi López, puede ser, políticamente hablando, lo más inútil que ha pasado por el parlamento nacional.

No quiero votar al PSOE porque no son capaces de reconocer que, mal que les pese, no han sacado mayoría absoluta y, por lo tanto, tampoco tienen esa superioridad moral para arrogarse como los únicos que pueden sacar a nuestro país de una crisis que ellos contribuyeron a crear.

No quiero votar a PODEMOS por muchas razones. La primera es que también se han subido al carro de tomarme por idiota. La segunda es que no hay nada más pernicioso para la sociedad que el populismo utópico.

Mas allá de su comunismo recalcitrante, que intentan ocultar bajo el manto de la trasnversalidad política, mas allá de que sus políticas supongan un engaño al ciudadano porque será imposible ponerlas en práctica, lo que no soporto es la prepotencia intelectual y moral de la que hace gala cada vez que abre la boca. Esa superioridad que intenta demostrar solamente es un signo del complejo de inferioridad que atesora. Pablo esta tan feliz de haberse conocido que no se da cuenta que, de conocerse bien, a lo mejor esa felicidad se tornaría en una profunda tristeza. Si hay algo que no soporto, en política, son los “salvapatrias”, ciudadanos que se creen que están por encima del resto y que solamente gracias a ellos podemos vivir como nos merecemos.

Y sobre todo, nunca votaré a alguien que está permanentemente cabreado.

No quiero votar a CIUDADANOS porque también me toma por idiota al intentar hacerme creer que el pacto que firmó no era un acto preelectoral, ni me gustan los “Bienqueda”, ni me gustan los indefinidos. Eso de estar con la derecha y la izquierda está muy bien pero no es realista. Claro que lo que habría que hacer es coger lo bueno de cada una de las formaciones políticas y hacer un refundido por el bien del país. Nadie podría oponerse a esto pero pretender que el PSOE apoye al partido que, según ellos, ha hundido el país, nos ha dejado en la ruina y ha acabado con nuestro estado del bienestar es como pretender que el Nobel de Literatura se lo den a Belén Esteban. E intentar lo contrario, es decir, que el PP haga presidente a un partido que va a acabar con todas las políticas que han llevado a cabo en estos cuatro años es como convencer a los españoles de que, con el fin de acabar con la rivalidad, en el Bernabéu le van a poner el nombre de Pique a una puerta de acceso al campo y además un busto en la sala VIP.

Y de los nacionalistas ya ni hablo, porque en Canarias no existe un partido de ese tipo.

En fin, que después de esto a lo mejor no es que los partidos políticos y sus dirigentes me intenten tomar por idiota, es que a lo mejor lo soy.

En política el hecho de no encontrar algo bueno es malo, pero tener que buscar lo menos malo para poder ejercer nuestro derecho a voto es todavía peor.

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